Un tequila infinito con Jaime Lerner

Esa mañana frente a unas 200 personas Jaime Lerner me advirtió “es que estás muy cabezón y por tu culpa no puedo pasar mi presentación”. Yo le tapaba para apuntar hacia la computadora con el cosito ese de los slides. El auditorio rió y yo rodé a carcajadas y de vergüenza; el creador de lo que conocemos como Metrobús me hizo esa broma en medio de una exposición magistral en la Ciudad de México. Ahí lo conocí, jamás lo olvidaré.

Hoy murió Lerner a los 83 años. Como buen arquitecto, la vida le aplicó una de esas que llaman “repentinas” y se lo llevó víctima de una falla renal, de acuerdo con versiones periodísticas del momento. Un hombre de costumbres, supongo, murió donde hizo su vida: Curitiba, Brasil; ciudad de la que fue tres veces alcalde.

Dos veces le pregunté

En una sala del Banco Mundial en Washington D.C. después de otra conferencia que tuve el gusto de escucharle, esta vez me percaté de no ser quien estorbara su parsimonioso ritmo, pude volver a platicar con él. Traté de provocarle, me desesperaba tanto que luego de escuchar su poética forma de abordar las ciudades la gente le preguntara por los anchos de la calle, los autos, los cargos por congestión.

“¿Seguros que no hay nada más aburrido que preguntar?, búsquenle, debe haber algo (aún) más de hueva”, me autodecía al escuchar a estos “expertos en movilidad”.

-¿No le incomoda que cuando usted nos habla sobre el amor de la ciudad, sobre sus posibilidades, sobre su reducto de solidaridad, la gente le pregunta por cuestiones técnicas?

Mentiría si acá dijera que recuerdo su respuesta de entonces, pero sí tengo claro que fue generoso como siempre, no criticó, no cayó en mi trampita.

Saliendo del auditorio del WTC en la Ciudad de México me pidió que lo acompañara al sitio donde se quedaba, tendría que descansar unos minutos y luego bajar para la entrevista que tenía pactada conmigo; ese mismo día viajaría de vuelta a Brasil.

Fue una mañana de julio de 2012, “Los políticos son impenetrables”, me dijo. Aquella ocasión si logré que “se mojara” tantito.

Se me hace que se sensibilizó porque un sábado previo se reunió con un señor que se llama Mario Delgado, quien trabajaba para el gobierno del extinto Distrito Federal. “Ah, sí eres famoso, sales en unos videos de YouTube”, le dijo el burócrata, posiblemente más habituado a la tele que a los libros, a quien hacía analogía sobre la ciudad y el caparazón de la tortuga del que decía que es como la estructura urbana. “Si los separamos, imaginen qué triste se va a poner la tortuga; eso es lo que estamos haciendo con la ciudad”.

Hacia las 10:30, después de nuestra entrevista, el creador de la acupuntura urbana me dijo “yo siempre que vengo a México tomo tequila. Te vas a tomar el último de este viaje conmigo”.

Nos aproximamos al bar del hotel, seguimos conversando, y fue así como en pleno horario laboral y muy temprano para el primero, tuve el gusto de decir salud con un Herradura Reposado al gran Jaime Lerner, este amante de la ciudad como reducto de solidaridad, de solución, quien decía que el automóvil es como la “suegra motorizada”, como el cigarrillo en el futuro de las ciudades.

Salud, arquitecto. Construya muchos metrobuses en el cielo, o en el infierno, que luego uno ya no sabe, pero siga creando; siga haciéndonos bailar y aplaudir en sus conferencias infinitas. Gracias, Jaime. Como dice Martinho Da Vila, “Deixa a tristeza pra la…canta forte, canta alto que a vida vai melhorar”.

¡¡¡Salud!!!

 

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