Fieles y de Fe incuestionable: devotos a San Judas Tadeo

Son los primeros segundos del viernes 28 de octubre y los cuetes ya retumban en la bóveda celeste celebrando a uno de los 12 apóstoles de Jesús, aquel que vela por lo imposible, el santo patrón de millones de católicos en México.

Cientos de años atrás, los truenos y la multitud también se hicieron presentes, pero en un escenario devastador.
San Judas Tadeo y la Iglesia de San Hipólito son un binomio inseparable. La historia de esta iglesia inició en el siglo XVI, en los primeros días de la conquista española. A este lugar, que inició como una pequeña ermita, lo envuelve un halo místico, donde dos culturas lucharon para no soltarse jamás: fue el sitio donde una cruenta batalla entre conquistadores europeos y nativos aztecas marcó el final del imperio mexica y el inicio de la Nueva España. Justo en el lugar donde cientos murieron un 13 de agosto de 1521, Hernán Cortés mandó construir un templo en su memoria: la iglesia de San Hipólito, que lleva tal nombre por ser la fecha en que se celebra la fiesta de ese santo.

Ya en el siglo XX, a partir de los años 80, comenzó a crecer el culto a la figura de San Judas Tadeo que se encuentra en el altar principal y, desde entonces, el día 28 de cada mes, especialmente en octubre, cuando se celebra la fiesta del santo, recibe a miles de feligreses que acuden a rendirle culto.

“Prometo, glorioso San Judas, no olvidarme de este favor; honrarte siempre como mi poderoso patrono y con agradecimiento hacer todo lo que pueda para fomentar tu devoción”, reza una parte de su oración.
Preparativos para la celebración.

Fieles y peregrinos de toda la ciudad, incluso de otros estados, comienzan su travesía desde días antes del festejo. Con el Santo en brazos, escapularios que descansan sobre sus cuellos, amuletos que atan sus muñecas y mochilas con imágenes que llevan para bendecir, peregrinan hasta el templo localizado en el cruce de paseo de la Reforma y avenida Hidalgo.

A su llegada, los feligreses son recibidos por un templo adornado con cientos de imágenes, globos, coronas de flores y más cuetes.

Me traslado desde el sur de la ciudad hasta el centro histórico por la línea 3 del Metro. En la estación Centro Médico varios feligreses ingresan al vagón; grupos de amigos, unas cuantas familias y algunos que solo van de pasada impregnan el ambiente de un ánimo de celebración. Bajamos en la estación Hidalgo.

Subo las escaleras que me conducen al templo y desde ahí ya me ofrecen pulseras, escapularios y cuarzos sin ningún costo; “aprovecha, el patrón nos ayudó a conseguirlo”, me dice un joven de unos 18 años. No me aborda de la mejor manera pero tomo una estampa con una oración para que nunca falte dinero.

Vivirlo en carne propia

Entre empujones, cientos de veladoras, medallitas, figuras de resina y estampitas del santo, las personas toman el camino a la entrada de la iglesia. La fila no es tan grande, pienso; hasta que alguien me dice que la fila es casi de cuatro cuadras. Entrar era cuestión de dos o tres horas. En México, cerca del 77% de la población se asume como católica, son cerca de 98 millones de personas. Se entiende el tiempo de espera.

Unos cuantos demuestran su devoción desde afuera, no hace falta entrar al templo. En bici, desde el carro e incluso los que se escaparon de la chamba únicamente para dar gracias.

Los fieles devotos en la fila reciben tacos, tamales, atole, dulces y hasta una estampita. Me cuentan que esa comida la regalan todos aquellos a los que se le cumplió su “manda” -lo que le pidieron al santo-, y con el milagro resuelto comparten la dicha.

Los cantos, los tambores y olor a copal impregnan el ambiente y nublan el horizonte más próximo. Niños caracterizados, jóvenes y otros más grandes descansan en la banqueta. El sol es incesante, no hay dónde refugiarse. Frente a nosotros unos “chamanes” hacen limpias a turistas de a 200 pesos por persona.

“Nos discriminan porque nos relacionan con los malos”
“¿Cómo los ves? Pinches abusivos, sólo vienen a lucrar con la fe de uno”, me dice la señora Ángeles, de 60 años. Vestida de San Judas Tadeo, es el primer año que cumple su manda. Su hija Ernestina y ella casi no la libran a causa de la Covid-19. Para ella una causa perdida, no para “el patrón”.

“Medios de comunicación, redes sociales y demás plataformas, se han encargado de desvirtuar a los creyentes de San judas relacionándonos con los malos”, me dice Ángeles. Se estaba poniendo buena la plática pero los deberes llaman, su puesto en el tianguis de la lagunilla había tenido un percance.

Ya es media tarde, el sol baja su intensidad y los creyentes siguen al pie del templo. Quien carga la figura del santo no descansa e intenta elevarlo hasta las nubes. Los mariachis, que rápido llegaron porque Garibaldi está cerca, arrancan con las mañanitas una vez más. Ya perdí la cuenta. Los rostros de cansancio marcan la hora de volver a casa, a la cotidianidad, pero con la firme convicción en que la fe sigue intacta y arroparán a los que, con el mismo cariño y devoción, son fieles a San judas Tadeo.

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