Cablebús: volar seguros y con dignidad a casa

Colgado del cielo y coqueteando con las estratocúmulus, el Cablebús surca la atmósfera a 47 de metros de altura encima de los tinacos y los techos de lámina, tabique. Decenas de ellos en obra negra; son color gris, miran hacia arriba, lo ven pasar raudo.

Ahí está Aldo de nueve años “me gustan las matemáticas y el Cablebús por la vista que tiene, y porque es como si pudiera volar”, afirma con el crubrebocas mal puesto, sentado a un lado de su padre Erick, que no rebasa los 29, y a quien le pedimos permiso para acompañarlos en su vuelo. El pasante de Pitágoras vigila con mirada de águila la colonia Ticomán en la Gustavo A. Madero donde viven poco más de 1 millón 100 mil habitantes. Son las 13:33 del primer día de septiembre del 2021. Aldo acaba de salir de la escuela, ahora llega en la mitad del tiempo gracias al teleférico.

De acuerdo con cifras oficiales la inversión total para ponerle en marcha fue de 2 mil 925 millones de pesos; la construcción abarca 52 mil metros cuadrados y cuenta con 62 torres que miden 19 y hasta 47 metros de altura. De ahí se cuelgan las 377 cabinas en las que viajan al día unas 144 mil personas.

¿Este transporte les dignifica?

“No, lo merecemos”, responde a la pregunta del reportero, la maestra Liliana Martínez Trejo quien viaja atabiada con un cubrebocas KN95, peinada de lado y cola de caballo, careta puesta que le cubre el rostro completo; vamos dejando detrás los Indios Verdes.

Dice que le gusta viajar en Cablebús porque llega más rápido al Arbolillo, primaria y preescolar donde da clases. “Me pondría muy de nervios llegar sucia y contagiar a los niños. Lo que más miedo me da es el mantenimiento, que se caiga, el peso. No les recomiendo que se suban cuando hace viento”, pero la verdad, afirma; “es una solución de acceso en estas zonas donde a la gente le cuesta trabajo y tiempo llegar a sus casas. Además, es más barato, antes pagaba 18, ahora nomás 12”.

Ríe y mira hacia abajo,

-Miren, esa casa tiene alberca, qué raro, ¿no?, dicen que acá hay casas de ricos.

-De narcos, será-, interrumpe la voz de otro joven que va en la cabina con espacio para 10 personas, ahora somos nomás cuatro.

“acá, hay mucho narco, ve las casas”, insiste el chaval.

Uno de los reporteros ve con ojos de marketing a la periferia, a este alter ego incómodo, pero siempre presente de la ciudad, y dice

“pronto venderán publicidad en los techos”, el otro, más dado a la tecnocracia, continúa “sí, es posible, hay un buen número de impactos”, uno más afirma “a mí ya me está dando vértigo”, el más viejo, se burla y les dice “no aguantan nada, pinches chillones”.

Ana Torres de 53 años ríe socarrona ante les incoherencias de la fresada que se marea, tiene vértigo, le da miedo que tiemble.

“Yo le creo a Claudia Sheinbaum. Aquí no nos van a asaltar; no es como en los micros que son inseguros y ni hay sana distancia”, dice contenta la señora que por tercera ocasión viaja en Cablebús, esta vez tuvo que ir a ver a su mamá.

En ese instante la voz del que vive dentro de las cabinas advierte que no se pueden consumir alimentos y que por favor hay que ir sentados, el viaje está próximo a concluir hacia las 14:50.

Emulando la movilidad que ofrecen otros sistemas de cable tipo teleférico, como el Metrocable de Medellín, Cablebús “vuela” para movilizar a cientos de personas todos los días que desean un transporte seguro que deje poco a poco atrás el total de mil 147 delitos reportados en 2020, que sufren en las combis y micros los y las viajantes entre la Ciudad de México y el Edomex. Quieren vivir tranquilas, y sí, con dignidad, a bordo de este pájaro azul que por siete pesos les lleva volando a casa.

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