La Ciudad, una prófuga

Jonás Vázquez Betancourt

“Te vi llegar y sentí la presencia de un ser desconocido / te vi llegar y sentí lo que nunca jamás había sentido / te quise amar y tu amor no era fuego no era lumbre / las distancias apartan las ciudades, las ciudades destruyen las costumbres”, reza la canción Las Ciudades de José Alfredo Jiménez.  ¿Son las ciudades el aguardiente? “José Alfredo habla desde el deshielo de su alma”, dice su hija Paloma, doctora en letras hispánicas.

¿Qué costumbres destruyen las ciudades? ¿Era el guanajuatense un urbanista-antropólogo adelantado a sus épocas? Qué lleno de virtud el compositor de El Rey. Me regreso al título de este texto, La Ciudad es una prófuga y nosotros, sus habitantes, los huérfanos voluntarios de la justicia que se le debe, pero que bien se podría redimir.

Redimirle y ofrecerle justicia, contar la historia, revelar sus secretos, conocer sus vicios, y sus anhelos, hacerla crónica o cuento como Monsiváis o Ibargüengoitia: Comunicar la Ciudad es un acto de justicia, un intento perenne, una obligación vitalicia.

“Bosques y Jardines”, se le llamaba internamente; era la cobertura que hace años se asignaba a los periodistas noveles quienes por primera vez se aproximaban a una redacción. Es la ciudad, el ejemplo más acabado de la civilización, el receptáculo de tal distinción; la ciudad es la fuente que cubrían las personas con menor capacidad y experiencia en los medios de comunicación.

Con el paso del tiempo esa forma de “pelusear” el ejercicio urbano de informar se fue modificando. “Comunidad”, “Hábitat”, “Ciudad”, nombraron el espacio para comunicar sobre el ágora de la vida, -donde se puede afirmar                               conservadoramente-, que habita más del 75% de la población mundial.  Las y los reporteros dejaron los jardines y se fueron convirtiendo en una voz comprometida y valiente, no es fácil cubrir la jungla de asfalto.

Regreso a JAJ, quien le escribió esta canción a Paloma, su mujer; y a través de la cual trató de abordar su propia infidelidad. Las ciudades tendrían que ser por antonomasia, la costumbre hecha virtud: vivimos en ella, la vemos a diario, la sufrimos como amor que a veces nos lo da todo y luego nos aporrea y nos traiciona. “Y a pesar de todo aquello que hemos hecho por destruirla”, dijera León Portilla, la ciudad no muere.

La ciudad no muere porque se reinventa en cada esfuerzo colectivo por retomar aliento. La ciudad no muere porque canta y porque baila y porque anda y porque sucede cada minuto. La ciudad vive y es aguardiente y el deshielo de su propia alma, es el oxímoron político: se construye y se demuele en las decisiones públicas y sus -casi siempre- vacuos discursos; se dignifica en la mirada de quienes la acompañan con valor, es sustentable y en ese sentido florece, como me dijo en entrevista Jonathon Porritt, histórico fundador del Partido Verde en Reino Unido.

La Ciudad es una prófuga de la agenda pública, una misión inconclusa y ante ello la repuesta es que, de la mano de todas nosotras, de todos nosotros, la ciudad comunica y Comunica la Ciudad. Nueve años luego, la oficina que fundamos en 2013 con zozobra, pero con convicción y sobre todo llena de sueños, rinde cuenta del trabajo que decenas de personas, autoridades, iniciativa privada han hecho para y por la ciudad, comprometidas con su costumbre y conscientes de que las distancias las apartan.

Abrazo a nuestro equipo digno y sabroso y creativo. Como dice la chaviza, “nunca nos vamos a ir”, manque nos corran.

Gracias por su confianza, por su inquebrantable generosidad con el ágora de la vida: la ciudad. Gracias por estar con nosotros;  seguiremos y trabajaremos por la ciudad que dignifica el encuentro del “otro que nos da plena existencia”, de la ciudad que es el aguardiente, de la ciudad que es una prófuga de nosotr@s que somos sus hij@s. Un abrazo.

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